Rubén estaba mirando un escaparate mientras hablaba por el móvil.
-Escucha, si no aceptan los presupuestos, les hablas de la ISO 450, y se cagan encima.
Miraba mientras hablaba una guitarra acústica, una Fender hecha en Estados Unidos. Nada de Korea, ni Taiwan. Era carísima.
-Tengo que dejarte, tú menciónales la normativa europea y ya verás cómo se callan la boca.
Era tarde y el dependiente ya estaba empezando a recoger las cosas de dentro. Cerró la persiana hasta la mitad.
-Está cerrado- dijo cuando Rubén cruzó el umbral.
-Quiero la Fender color claro del escaparate.
-En ese caso…
Las luces de la ciudad empezaban a encenderse solas, con un resplandor tenue. Rubén iba trajeado, con la funda de un portátil en una mano y una funda rígida térmica para la guitarra que se acababa de comprar. Fue a un parque y se sentó en el césped. Sacó la guitarra y se la quedó mirando. Sintió una especie de emoción que le costó identificar, pero que era muy parecida a la tristeza.
“Ya no me acuerdo”
Puso sus dedos en un Sol y, con torpeza, cogió una púa bastante blanda y rasgó las cuerdas. Sonaba bien. Muy bien. Al momento sintió ganas de comprarse una cerveza y fumarse un porro de marihuana.
Tocó viejas canciones, compuestas por él hacía tanto. Al principio no se acordaba, pero poco a poco fue relacionando notas y melodías de voz, y al cabo de una hora ya tenía tres o cuatro. Estaba disfrutando como hacía tiempo.
“¿Por qué coño dejé de tocar?”
Sonó el móvil.
-Calma. Oye, cálmate. Si. Claro que sí. ¿Pero le has dicho lo que te he dicho? ¿Y qué ha pasado? ¿Cómo? ¿Pero el Miguel ese es gilipollas o qué? Oye, llama a la central. No. Ahora mismo. Diles que Miguel está empanado y que lo retiren. Empanado. Si. Con m antes de p. Ok. Me llamas cuando sepas algo, ¿Eh? En serio, me la suda la hora. Ok. Vale. Clara respira, céntrate y haz lo que te he dicho. Venga. Hasta luego.
Sintió ganas de coger el móvil y estamparlo contra el árbol que tenía enfrente. En vez de eso cogió la guitarra y empezó a tocar Baby I’m gonna live you de los Ledd Zeppelin. Estaba pasando una tía buena y quería vacilar un poco. La última vez que había hecho eso, vacilar con la guitarra, tenía 20 años. Veinte años. Joder. Al principio el tiempo pasa lentamente. Cuando eres niño los trayectos en coche son eternos, los castigos interminables, los años, una medida cosmológica. Pero luego vas creciendo y, de repente, un crío te habla de usted y ya te has equivocado de forma irreparable por lo menos una vez. Son esos errores los que conforman la personalidad, los que te marcan y dirigen tus pasos. En un momento te encuentras charlando con amigos en un bar (no todos, algunos ya han desaparecido) y contando anécdotas que pasaron hace 10 años. Entonces conoces el vértigo y caes en la cuenta de por qué un abuelo puede estar horas y horas sentado en el banco de un parque sin hacer nada. Y es que cuanto más mayor te haces, más rápido pasa el tiempo. Rubén, a los cuarenta y pico años, veía pasar el tiempo al mirar atrás con una velocidad cercana a la de la luz.
La tía buena ni siquiera le había mirado. Mejor. No se acordaba del estribillo. Empezó a tocar Imagine, de John Lennon, cuando la noche caía como una funda de armario sobre el parque. Algunos viandantes caminaban apresurados temerosos de las sombras y los posibles peligros. Al advertir a Rubén, trajeado sobre el césped, tocando la guitarra, ceñían las cejas, intrigados algunos o divertidos otros. A Rubén le encantaba adivinar cómo era la gente según la reacción que tenían ante la imagen de él. Las personas no son más que espejos que andan.
Justo cuando se decidía a cantar, sonó de nuevo el móvil. La palabra Imagine se quedó atascada en su garganta, en mitad de la escalada hacia la libertad.
-Si, dime.-dijo carraspeando y dejando la guirra muda sobre el césped.