martes, 25 de agosto de 2009

LAS FOTOS PERDIDAS 3

Rubén estaba mirando un escaparate mientras hablaba por el móvil.

-Escucha, si no aceptan los presupuestos, les hablas de la ISO 450, y se cagan encima.

Miraba mientras hablaba una guitarra acústica, una Fender hecha en Estados Unidos. Nada de Korea, ni Taiwan. Era carísima.

-Tengo que dejarte, tú menciónales la normativa europea y ya verás cómo se callan la boca.

Era tarde y el dependiente ya estaba empezando a recoger las cosas de dentro. Cerró la persiana hasta la mitad.

-Está cerrado- dijo cuando Rubén cruzó el umbral.

-Quiero la Fender color claro del escaparate.

-En ese caso…

Las luces de la ciudad empezaban a encenderse solas, con un resplandor tenue. Rubén iba trajeado, con la funda de un portátil en una mano y una funda rígida térmica para la guitarra que se acababa de comprar. Fue a un parque y se sentó en el césped. Sacó la guitarra y se la quedó mirando. Sintió una especie de emoción que le costó identificar, pero que era muy parecida a la tristeza.

“Ya no me acuerdo”

Puso sus dedos en un Sol y, con torpeza, cogió una púa bastante blanda y rasgó las cuerdas. Sonaba bien. Muy bien. Al momento sintió ganas de comprarse una cerveza y fumarse un porro de marihuana.

Tocó viejas canciones, compuestas por él hacía tanto. Al principio no se acordaba, pero poco a poco fue relacionando notas y melodías de voz, y al cabo de una hora ya tenía tres o cuatro. Estaba disfrutando como hacía tiempo.

“¿Por qué coño dejé de tocar?”

Sonó el móvil.

-Calma. Oye, cálmate. Si. Claro que sí. ¿Pero le has dicho lo que te he dicho? ¿Y qué ha pasado? ¿Cómo? ¿Pero el Miguel ese es gilipollas o qué? Oye, llama a la central. No. Ahora mismo. Diles que Miguel está empanado y que lo retiren. Empanado. Si. Con m antes de p. Ok. Me llamas cuando sepas algo, ¿Eh? En serio, me la suda la hora. Ok. Vale. Clara respira, céntrate y haz lo que te he dicho. Venga. Hasta luego.

Sintió ganas de coger el móvil y estamparlo contra el árbol que tenía enfrente. En vez de eso cogió la guitarra y empezó a tocar Baby I’m gonna live you de los Ledd Zeppelin. Estaba pasando una tía buena y quería vacilar un poco. La última vez que había hecho eso, vacilar con la guitarra, tenía 20 años. Veinte años. Joder. Al principio el tiempo pasa lentamente. Cuando eres niño los trayectos en coche son eternos, los castigos interminables, los años, una medida cosmológica. Pero luego vas creciendo y, de repente, un crío te habla de usted y ya te has equivocado de forma irreparable por lo menos una vez. Son esos errores los que conforman la personalidad, los que te marcan y dirigen tus pasos. En un momento te encuentras charlando con amigos en un bar (no todos, algunos ya han desaparecido) y contando anécdotas que pasaron hace 10 años. Entonces conoces el vértigo y caes en la cuenta de por qué un abuelo puede estar horas y horas sentado en el banco de un parque sin hacer nada. Y es que cuanto más mayor te haces, más rápido pasa el tiempo. Rubén, a los cuarenta y pico años, veía pasar el tiempo al mirar atrás con una velocidad cercana a la de la luz.

La tía buena ni siquiera le había mirado. Mejor. No se acordaba del estribillo. Empezó a tocar Imagine, de John Lennon, cuando la noche caía como una funda de armario sobre el parque. Algunos viandantes caminaban apresurados temerosos de las sombras y los posibles peligros. Al advertir a Rubén, trajeado sobre el césped, tocando la guitarra, ceñían las cejas, intrigados algunos o divertidos otros. A Rubén le encantaba adivinar cómo era la gente según la reacción que tenían ante la imagen de él. Las personas no son más que espejos que andan.

Justo cuando se decidía a cantar, sonó de nuevo el móvil. La palabra Imagine se quedó atascada en su garganta, en mitad de la escalada hacia la libertad.

-Si, dime.-dijo carraspeando y dejando la guirra muda sobre el césped.

sábado, 22 de agosto de 2009

GUION. MICROCORTO.

SEC 1. INT/NOCHE

Una lápiz de pintar pestañas es iluminado por una luz intensa. Se acerca a unas pestañas largas, negras, finas y las repasa. Se maquilla con movimientos lentos, diestros, seguros. Las pestañas visten un ojo azul muy claro, electrico. Los ojos están enmarcados dentro de unas cejas finas recortadas con una inclinación holywoodiense. Vemos el rostro de una joven que se maquilla. Es angelical, rubia, de piel suave y mofletes sonrosados. Los labios, el de arriba ligeramente más carnoso, brillan bajo la luz de las bombillas que rodean el espejo y encierran unos dientes blancos, grandes y perfectamente alineados. Vemos como el rostro va dejando paso a los objetos de la habitación.Ahora nos damos cuenta de que la joven era el reflejo en un espejo. Los objetos son antigüos, pasados de moda, viejos muebles grandes y oscuros sirven de muestrario de muchas figuras de porcelana de LLadró. Un armario con un espejo en la puerta. Un sofá con tapetes de puntilla. Un cartél de un espectáculo de variedades. Ahora vemos el contorno de otro rostro. Es la persona que se está maquillando frente al espejo. Poco a poco vemos arrugas y pelo blanco, el rostro, tan mal maquillado que resulta grotesco, pertenece a una anciana que no puede hacer que su brazo deje de temblar mientras se maquilla las pestañas que visten unos ojos azules muy claros, eléctricos.

FIN.

LAS FOTOS PERDIDAS 2

Al principio oía esas palabras constantemente. “Te lo prometo”. Se despertaba por las noches, en sueños, y se oía a si mismo repitiéndolas en voz alta. Había pasado casi un año entero intentando localizarla, pero le fue imposible. La voz fría y distante de su madre era la única que escuchaba al otro lado del teléfono cuando la llamaba. No contestaba los emails, ni tenía Facebook. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
Al principio sintió rabia. Cuatro años de su vida, desde los dieciocho hasta los veintidós, para que luego ella desapareciera así. Sin dejar una dirección, un móvil, algo.
Desistió. Al cabo de un tiempo el dolor insoportable se hizo malestar constante. Más tarde el malestar acabó por ser una herida molesta, siempre presente, pero casi inapreciable. Finalmente la herida sanó y dejó una cicatriz de guerra que sólo él podía ver, sobre todo cuando la única compañía que tenía por las noches era una botella de cerveza y una película cien veces vista.
A los pocos años conoció a una mujer pequeñita, guapa y servicial, de su trabajo, que se reveló como una madre abnegada y una esposa fiel, buena y alegre. A veces los miraba a todos en el salón, la noche de reyes, sobre todo, y sonreía. Es genial, se decía. Me quieren. Y entonces le venía la pregunta que se hacía de vez en cuando. ¿Qué es mejor, querer, o ser querido? Y siempre llegaba a la misma conclusión: no tenía ni idea. Lo malo de la vida, pensaba, es que es puro entrenamiento. Pero el partido de verdad, nunca se juega. O si se juega, no se juega con las reglas del entrenamiento. ¿Por qué las únicas preguntas que importan no tienen respuesta? Se preguntaba. Esa pregunta era una recursión, como un fractal, la propia pregunta no tenía respuesta. Siempre que pensaba en su familia le daba por filosofar. Es raro, se decía, ¿Por qué?
De vez en cuando pensaba en Alba, claro que sí. Quien diga que nunca piensa en sus amores miente. Por muy enamorado que esté. Y Rubén no era la excepción. Nunca era algo premeditado, sino que se colaba por la puerta de atrás, a través de alguien que se le parecía, o de alguien que decía en la tele, prométemelo.
Ahora, con cuarenta y pico años, sabía que no podía obligar a nadie a prometer nada. Las promesas tienen que salir de uno mismo, sino son palabras vacías, o incluso peor, insultos.
Miró a su hija Alba (una pequeña concesión al pasado que a su mujer, que nunca supo nada de anterior novia, sólo le pareció un nombre poco común, pero con un bello significado) y sonrió. Se estaba haciendo mayor y pronto alguien le haría prometer algo. Dios, que no le hagan daño. Que nadie le haga daño. Pensaba.
-Cariño, a cenar.- Carmina se limpiaba las manos en un delantal con el dibujo de una criada francesa ligerita de ropa que le quedaba enorme.
-Voy en seguida.
-No, ven ya, que se enfría todo.
-Estoy yendo-dijo, pero no se movía.
En la televisión las noticias no hablaban de otra cosa que la crisis económica y el terrorismo. Aprovechó un anuncio de coches para levantarse e ir a la cocina, donde cenaban sin televisión.
Resopló por lo bajo y sonrió al entrar.
-¡Que buena pinta tiene todo amor!

viernes, 21 de agosto de 2009

LAS FOTOS PERDIDAS. 1


CAPÍTULO UNO.

-¿Dónde está la cámara?- dijo Alba con un hilo de voz.

-La tenías tú. En el bolso estará-le contestó Rubén.

Alba lo estaba revolviendo en ese instante, cada vez más nerviosa. Los objetos se amontonaban entre sus dedos, estorbándose unos a otros e impidiendo ver con claridad el interior del bolso. Se cansó y le dio la vuelta arrojándolo todo encima de la cama del hotel. Había un plano del metro de Nueva York, unas entradas arrugadas del musical El Fantasma de la Ópera, una botella de agua semivacía y un sándwich envuelto en papel transparente, pero no estaba la cámara.

-La has perdido, joder. La tenías tu hace media hora.-Gritó Alba.

-¿Qué? Y una mierda. Siempre soy yo.

-Exacto, ¡siempre eres tú!

-Escucha una cosa, ¿Por qué no en vez de gritarnos vamos a buscarla?

-¿Dónde, Rubén, Donde?. Llevamos todo el puto día dando vueltas por Nueva York.

-Pues vamos a deshacer el día. Recorramos todos los sitios.

-¿Pero qué coño te pasa? ¿Estás loco? ¿Quieres dejar de decir gilipolleces? Hemos estado fuera más de 14 horas!

-Por lo menos yo propongo algo! Tu siempre te quejas, siempre quejándote de todo. Yo por lo menos digo que hagamos algo.

-Yo no propongo nada porque yo jamás perdería la cosa más importante del viaje! Yo cuido las cosas. Siempre igual, Dios, siempre igual. Siempre te pasa todo a ti.

-¿Qué? No sabes cómo ha pasado. No me eches las culpas.

Alba se quedó mirando a Rubén con una cara que iba más allá de la frustración de haber perdido la cámara y se puso a llorar. Rubén se acercó a ella para tratar de consolarla. Se sentó al lado suyo en la cama y empezó a acariciarle el pelo. Alba le aparto el brazo de un manotazo.

-Que me dejes, joder. Ya estoy harta.

-¿Qué coño dices?

-Si Rubén, harta. Harta de tus mentiras, de tus descuidos, de tus promesas. Harta…-los nervios y los mocos no le dejaban hablar con claridad.-Harta de… de… de mil cosas tuyas!

-Alba, me parece que estas exagerando un poco con el tema de la cámara.

-¡Que no es la cámara sólo, Rubén! ¡Que es todo!

-¿Y tú qué? ¿Eh? Siempre diciéndome haz esto, haz lo otro.-gritó-Yo jamás, ¡JAMAS! Te he dicho lo que tienes que hacer. Nunca te he intentado cambiar. ¿Sabes por qué? Porque me gustas como eres. O mejor dicho, me gustabas. No quería nada de ti que tu no quisieras.

-No me vengas con esas. Yo he aguantado mucho. Pero al final te tengo que decir las cosas. Porque no vivimos en tu mundo de fantasía, Rubén, esta es la puta vida real. Y si quieres ganar dinero…

-¿Pero qué coño estás diciendo ahora? ¿A eso se reduce esto? ¿Al puto dinero?

-No he querido decir esto. Siempre que discutimos me haces decir cosas que no quiero decir. Mira Rubén. No paramos de discutir. ¿No te das cuenta?

Le estaba mirando con algo parecido a la ternura, pero desde una distancia tan grande que a Rubén le costó reconocerla. Nunca había visto esa expresión en su cara. Al instante sintió un nudo en el estómago, atroz y negro, imposible de desenredar.

Alba siguió hablando. Rubén miraba boquiabierto.

-No ha funcionado.

-¿El qué? ¿Qué no ha funcionado?

-Nueva York, este viaje.

-¿Pero qué dices? ¡Si ha sido genial! ¡Nos lo hemos pasado como nunca! ¡Mira las fotos!- dándose cuenta al momento del error, miró al suelo- lo siento.

-Si, ha estado bien. Pero ¿Qué pasara cuando volvamos a España? Tú lo sabes, yo lo sé. Es inútil volver a intentarlo.


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El avión aterrizó en el aeropuerto de Barajas envuelto en la tormenta. Rubén y Alba caminaban absortos en sus pensamientos, sin mirarse, arrastrando las grandes maletas con ruedas. Al llegar a la altura de los servicios Alba se paró en seco.

-¿Qué te pasa? Estás amarilla.-dijo Rubén.

Alba tiró la maleta al suelo y salió corriendo hacia el lavabo de señoras. Una vez allí apenas tuvo tiempo de vomitar la cena del avión. Salió del retrete, se lavó, se miró al espejo y, después de un gran soplido salió a la terminal de salida.

-¿Estás bien?

-Sí. Ha sido el colofón de todo. La tormenta, la comida…

-Claro- dijo Rubén mirando al suelo.-Oye, podemos arregl…

-Rubén, no. Ya está todo hablado. Lo siento.

La lluvia caía con fuerza en la parada de taxis. Cuando llegaron, se acercaba uno. Salió un hombre trajeado apresuradamente. Rubén y Alba se miraron un momento como quien mira una casa en ruinas.

-Cógelo tú. Dijo Rubén.

-Claro.-dijo dándole dos besos.- Adiós.

Alba metió la maleta en el maletero con ayuda del taxista. Se metió dentro del coche y ya estaba cerrando la puerta cuando Rubén saltó y la cogió del brazo.

-Una cosa, Alba.

-¿Qué quieres? –cerró los ojos -Déjalo.

-Si, si. Lo dejo, pero prométeme una cosa. Prométemela.

-No es el momento de promesas, Rubén.

-Prométeme que, dentro de veinte años me buscarás y volveremos a Nueva York.

-¿Qué? Por Dios Rubén…

-Te lo digo en serio, volveremos a hacernos las fotos que perdimos.

A veces, Rubén le parecía encantador. Tenía una vena romántica, casi infantil, que lo convertía en un ser adorable, una persona que necesitaba cuidados y protección. A punto estuvo de decirle que subiera al taxi. Pero eso hubiera sido un error. ¿O no? En cualquier caso nunca lo supo. Le acarició la cara y cerró la puerta.

Rubén se estaba calando hasta los huesos, mirando embobado la ventana del coche cuando esta se bajó. Alba sonreía con cara de lástima, cómo si se sintiera culpable. El coche arrancó y el sonido del motor y el de la lluvia se confundieron con las palabras que salieron de la boca de su boca.

-Te lo prometo.