viernes, 21 de agosto de 2009

LAS FOTOS PERDIDAS. 1


CAPÍTULO UNO.

-¿Dónde está la cámara?- dijo Alba con un hilo de voz.

-La tenías tú. En el bolso estará-le contestó Rubén.

Alba lo estaba revolviendo en ese instante, cada vez más nerviosa. Los objetos se amontonaban entre sus dedos, estorbándose unos a otros e impidiendo ver con claridad el interior del bolso. Se cansó y le dio la vuelta arrojándolo todo encima de la cama del hotel. Había un plano del metro de Nueva York, unas entradas arrugadas del musical El Fantasma de la Ópera, una botella de agua semivacía y un sándwich envuelto en papel transparente, pero no estaba la cámara.

-La has perdido, joder. La tenías tu hace media hora.-Gritó Alba.

-¿Qué? Y una mierda. Siempre soy yo.

-Exacto, ¡siempre eres tú!

-Escucha una cosa, ¿Por qué no en vez de gritarnos vamos a buscarla?

-¿Dónde, Rubén, Donde?. Llevamos todo el puto día dando vueltas por Nueva York.

-Pues vamos a deshacer el día. Recorramos todos los sitios.

-¿Pero qué coño te pasa? ¿Estás loco? ¿Quieres dejar de decir gilipolleces? Hemos estado fuera más de 14 horas!

-Por lo menos yo propongo algo! Tu siempre te quejas, siempre quejándote de todo. Yo por lo menos digo que hagamos algo.

-Yo no propongo nada porque yo jamás perdería la cosa más importante del viaje! Yo cuido las cosas. Siempre igual, Dios, siempre igual. Siempre te pasa todo a ti.

-¿Qué? No sabes cómo ha pasado. No me eches las culpas.

Alba se quedó mirando a Rubén con una cara que iba más allá de la frustración de haber perdido la cámara y se puso a llorar. Rubén se acercó a ella para tratar de consolarla. Se sentó al lado suyo en la cama y empezó a acariciarle el pelo. Alba le aparto el brazo de un manotazo.

-Que me dejes, joder. Ya estoy harta.

-¿Qué coño dices?

-Si Rubén, harta. Harta de tus mentiras, de tus descuidos, de tus promesas. Harta…-los nervios y los mocos no le dejaban hablar con claridad.-Harta de… de… de mil cosas tuyas!

-Alba, me parece que estas exagerando un poco con el tema de la cámara.

-¡Que no es la cámara sólo, Rubén! ¡Que es todo!

-¿Y tú qué? ¿Eh? Siempre diciéndome haz esto, haz lo otro.-gritó-Yo jamás, ¡JAMAS! Te he dicho lo que tienes que hacer. Nunca te he intentado cambiar. ¿Sabes por qué? Porque me gustas como eres. O mejor dicho, me gustabas. No quería nada de ti que tu no quisieras.

-No me vengas con esas. Yo he aguantado mucho. Pero al final te tengo que decir las cosas. Porque no vivimos en tu mundo de fantasía, Rubén, esta es la puta vida real. Y si quieres ganar dinero…

-¿Pero qué coño estás diciendo ahora? ¿A eso se reduce esto? ¿Al puto dinero?

-No he querido decir esto. Siempre que discutimos me haces decir cosas que no quiero decir. Mira Rubén. No paramos de discutir. ¿No te das cuenta?

Le estaba mirando con algo parecido a la ternura, pero desde una distancia tan grande que a Rubén le costó reconocerla. Nunca había visto esa expresión en su cara. Al instante sintió un nudo en el estómago, atroz y negro, imposible de desenredar.

Alba siguió hablando. Rubén miraba boquiabierto.

-No ha funcionado.

-¿El qué? ¿Qué no ha funcionado?

-Nueva York, este viaje.

-¿Pero qué dices? ¡Si ha sido genial! ¡Nos lo hemos pasado como nunca! ¡Mira las fotos!- dándose cuenta al momento del error, miró al suelo- lo siento.

-Si, ha estado bien. Pero ¿Qué pasara cuando volvamos a España? Tú lo sabes, yo lo sé. Es inútil volver a intentarlo.


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El avión aterrizó en el aeropuerto de Barajas envuelto en la tormenta. Rubén y Alba caminaban absortos en sus pensamientos, sin mirarse, arrastrando las grandes maletas con ruedas. Al llegar a la altura de los servicios Alba se paró en seco.

-¿Qué te pasa? Estás amarilla.-dijo Rubén.

Alba tiró la maleta al suelo y salió corriendo hacia el lavabo de señoras. Una vez allí apenas tuvo tiempo de vomitar la cena del avión. Salió del retrete, se lavó, se miró al espejo y, después de un gran soplido salió a la terminal de salida.

-¿Estás bien?

-Sí. Ha sido el colofón de todo. La tormenta, la comida…

-Claro- dijo Rubén mirando al suelo.-Oye, podemos arregl…

-Rubén, no. Ya está todo hablado. Lo siento.

La lluvia caía con fuerza en la parada de taxis. Cuando llegaron, se acercaba uno. Salió un hombre trajeado apresuradamente. Rubén y Alba se miraron un momento como quien mira una casa en ruinas.

-Cógelo tú. Dijo Rubén.

-Claro.-dijo dándole dos besos.- Adiós.

Alba metió la maleta en el maletero con ayuda del taxista. Se metió dentro del coche y ya estaba cerrando la puerta cuando Rubén saltó y la cogió del brazo.

-Una cosa, Alba.

-¿Qué quieres? –cerró los ojos -Déjalo.

-Si, si. Lo dejo, pero prométeme una cosa. Prométemela.

-No es el momento de promesas, Rubén.

-Prométeme que, dentro de veinte años me buscarás y volveremos a Nueva York.

-¿Qué? Por Dios Rubén…

-Te lo digo en serio, volveremos a hacernos las fotos que perdimos.

A veces, Rubén le parecía encantador. Tenía una vena romántica, casi infantil, que lo convertía en un ser adorable, una persona que necesitaba cuidados y protección. A punto estuvo de decirle que subiera al taxi. Pero eso hubiera sido un error. ¿O no? En cualquier caso nunca lo supo. Le acarició la cara y cerró la puerta.

Rubén se estaba calando hasta los huesos, mirando embobado la ventana del coche cuando esta se bajó. Alba sonreía con cara de lástima, cómo si se sintiera culpable. El coche arrancó y el sonido del motor y el de la lluvia se confundieron con las palabras que salieron de la boca de su boca.

-Te lo prometo.

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