martes, 25 de agosto de 2009

LAS FOTOS PERDIDAS 3

Rubén estaba mirando un escaparate mientras hablaba por el móvil.

-Escucha, si no aceptan los presupuestos, les hablas de la ISO 450, y se cagan encima.

Miraba mientras hablaba una guitarra acústica, una Fender hecha en Estados Unidos. Nada de Korea, ni Taiwan. Era carísima.

-Tengo que dejarte, tú menciónales la normativa europea y ya verás cómo se callan la boca.

Era tarde y el dependiente ya estaba empezando a recoger las cosas de dentro. Cerró la persiana hasta la mitad.

-Está cerrado- dijo cuando Rubén cruzó el umbral.

-Quiero la Fender color claro del escaparate.

-En ese caso…

Las luces de la ciudad empezaban a encenderse solas, con un resplandor tenue. Rubén iba trajeado, con la funda de un portátil en una mano y una funda rígida térmica para la guitarra que se acababa de comprar. Fue a un parque y se sentó en el césped. Sacó la guitarra y se la quedó mirando. Sintió una especie de emoción que le costó identificar, pero que era muy parecida a la tristeza.

“Ya no me acuerdo”

Puso sus dedos en un Sol y, con torpeza, cogió una púa bastante blanda y rasgó las cuerdas. Sonaba bien. Muy bien. Al momento sintió ganas de comprarse una cerveza y fumarse un porro de marihuana.

Tocó viejas canciones, compuestas por él hacía tanto. Al principio no se acordaba, pero poco a poco fue relacionando notas y melodías de voz, y al cabo de una hora ya tenía tres o cuatro. Estaba disfrutando como hacía tiempo.

“¿Por qué coño dejé de tocar?”

Sonó el móvil.

-Calma. Oye, cálmate. Si. Claro que sí. ¿Pero le has dicho lo que te he dicho? ¿Y qué ha pasado? ¿Cómo? ¿Pero el Miguel ese es gilipollas o qué? Oye, llama a la central. No. Ahora mismo. Diles que Miguel está empanado y que lo retiren. Empanado. Si. Con m antes de p. Ok. Me llamas cuando sepas algo, ¿Eh? En serio, me la suda la hora. Ok. Vale. Clara respira, céntrate y haz lo que te he dicho. Venga. Hasta luego.

Sintió ganas de coger el móvil y estamparlo contra el árbol que tenía enfrente. En vez de eso cogió la guitarra y empezó a tocar Baby I’m gonna live you de los Ledd Zeppelin. Estaba pasando una tía buena y quería vacilar un poco. La última vez que había hecho eso, vacilar con la guitarra, tenía 20 años. Veinte años. Joder. Al principio el tiempo pasa lentamente. Cuando eres niño los trayectos en coche son eternos, los castigos interminables, los años, una medida cosmológica. Pero luego vas creciendo y, de repente, un crío te habla de usted y ya te has equivocado de forma irreparable por lo menos una vez. Son esos errores los que conforman la personalidad, los que te marcan y dirigen tus pasos. En un momento te encuentras charlando con amigos en un bar (no todos, algunos ya han desaparecido) y contando anécdotas que pasaron hace 10 años. Entonces conoces el vértigo y caes en la cuenta de por qué un abuelo puede estar horas y horas sentado en el banco de un parque sin hacer nada. Y es que cuanto más mayor te haces, más rápido pasa el tiempo. Rubén, a los cuarenta y pico años, veía pasar el tiempo al mirar atrás con una velocidad cercana a la de la luz.

La tía buena ni siquiera le había mirado. Mejor. No se acordaba del estribillo. Empezó a tocar Imagine, de John Lennon, cuando la noche caía como una funda de armario sobre el parque. Algunos viandantes caminaban apresurados temerosos de las sombras y los posibles peligros. Al advertir a Rubén, trajeado sobre el césped, tocando la guitarra, ceñían las cejas, intrigados algunos o divertidos otros. A Rubén le encantaba adivinar cómo era la gente según la reacción que tenían ante la imagen de él. Las personas no son más que espejos que andan.

Justo cuando se decidía a cantar, sonó de nuevo el móvil. La palabra Imagine se quedó atascada en su garganta, en mitad de la escalada hacia la libertad.

-Si, dime.-dijo carraspeando y dejando la guirra muda sobre el césped.

sábado, 22 de agosto de 2009

GUION. MICROCORTO.

SEC 1. INT/NOCHE

Una lápiz de pintar pestañas es iluminado por una luz intensa. Se acerca a unas pestañas largas, negras, finas y las repasa. Se maquilla con movimientos lentos, diestros, seguros. Las pestañas visten un ojo azul muy claro, electrico. Los ojos están enmarcados dentro de unas cejas finas recortadas con una inclinación holywoodiense. Vemos el rostro de una joven que se maquilla. Es angelical, rubia, de piel suave y mofletes sonrosados. Los labios, el de arriba ligeramente más carnoso, brillan bajo la luz de las bombillas que rodean el espejo y encierran unos dientes blancos, grandes y perfectamente alineados. Vemos como el rostro va dejando paso a los objetos de la habitación.Ahora nos damos cuenta de que la joven era el reflejo en un espejo. Los objetos son antigüos, pasados de moda, viejos muebles grandes y oscuros sirven de muestrario de muchas figuras de porcelana de LLadró. Un armario con un espejo en la puerta. Un sofá con tapetes de puntilla. Un cartél de un espectáculo de variedades. Ahora vemos el contorno de otro rostro. Es la persona que se está maquillando frente al espejo. Poco a poco vemos arrugas y pelo blanco, el rostro, tan mal maquillado que resulta grotesco, pertenece a una anciana que no puede hacer que su brazo deje de temblar mientras se maquilla las pestañas que visten unos ojos azules muy claros, eléctricos.

FIN.

LAS FOTOS PERDIDAS 2

Al principio oía esas palabras constantemente. “Te lo prometo”. Se despertaba por las noches, en sueños, y se oía a si mismo repitiéndolas en voz alta. Había pasado casi un año entero intentando localizarla, pero le fue imposible. La voz fría y distante de su madre era la única que escuchaba al otro lado del teléfono cuando la llamaba. No contestaba los emails, ni tenía Facebook. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
Al principio sintió rabia. Cuatro años de su vida, desde los dieciocho hasta los veintidós, para que luego ella desapareciera así. Sin dejar una dirección, un móvil, algo.
Desistió. Al cabo de un tiempo el dolor insoportable se hizo malestar constante. Más tarde el malestar acabó por ser una herida molesta, siempre presente, pero casi inapreciable. Finalmente la herida sanó y dejó una cicatriz de guerra que sólo él podía ver, sobre todo cuando la única compañía que tenía por las noches era una botella de cerveza y una película cien veces vista.
A los pocos años conoció a una mujer pequeñita, guapa y servicial, de su trabajo, que se reveló como una madre abnegada y una esposa fiel, buena y alegre. A veces los miraba a todos en el salón, la noche de reyes, sobre todo, y sonreía. Es genial, se decía. Me quieren. Y entonces le venía la pregunta que se hacía de vez en cuando. ¿Qué es mejor, querer, o ser querido? Y siempre llegaba a la misma conclusión: no tenía ni idea. Lo malo de la vida, pensaba, es que es puro entrenamiento. Pero el partido de verdad, nunca se juega. O si se juega, no se juega con las reglas del entrenamiento. ¿Por qué las únicas preguntas que importan no tienen respuesta? Se preguntaba. Esa pregunta era una recursión, como un fractal, la propia pregunta no tenía respuesta. Siempre que pensaba en su familia le daba por filosofar. Es raro, se decía, ¿Por qué?
De vez en cuando pensaba en Alba, claro que sí. Quien diga que nunca piensa en sus amores miente. Por muy enamorado que esté. Y Rubén no era la excepción. Nunca era algo premeditado, sino que se colaba por la puerta de atrás, a través de alguien que se le parecía, o de alguien que decía en la tele, prométemelo.
Ahora, con cuarenta y pico años, sabía que no podía obligar a nadie a prometer nada. Las promesas tienen que salir de uno mismo, sino son palabras vacías, o incluso peor, insultos.
Miró a su hija Alba (una pequeña concesión al pasado que a su mujer, que nunca supo nada de anterior novia, sólo le pareció un nombre poco común, pero con un bello significado) y sonrió. Se estaba haciendo mayor y pronto alguien le haría prometer algo. Dios, que no le hagan daño. Que nadie le haga daño. Pensaba.
-Cariño, a cenar.- Carmina se limpiaba las manos en un delantal con el dibujo de una criada francesa ligerita de ropa que le quedaba enorme.
-Voy en seguida.
-No, ven ya, que se enfría todo.
-Estoy yendo-dijo, pero no se movía.
En la televisión las noticias no hablaban de otra cosa que la crisis económica y el terrorismo. Aprovechó un anuncio de coches para levantarse e ir a la cocina, donde cenaban sin televisión.
Resopló por lo bajo y sonrió al entrar.
-¡Que buena pinta tiene todo amor!

viernes, 21 de agosto de 2009

LAS FOTOS PERDIDAS. 1


CAPÍTULO UNO.

-¿Dónde está la cámara?- dijo Alba con un hilo de voz.

-La tenías tú. En el bolso estará-le contestó Rubén.

Alba lo estaba revolviendo en ese instante, cada vez más nerviosa. Los objetos se amontonaban entre sus dedos, estorbándose unos a otros e impidiendo ver con claridad el interior del bolso. Se cansó y le dio la vuelta arrojándolo todo encima de la cama del hotel. Había un plano del metro de Nueva York, unas entradas arrugadas del musical El Fantasma de la Ópera, una botella de agua semivacía y un sándwich envuelto en papel transparente, pero no estaba la cámara.

-La has perdido, joder. La tenías tu hace media hora.-Gritó Alba.

-¿Qué? Y una mierda. Siempre soy yo.

-Exacto, ¡siempre eres tú!

-Escucha una cosa, ¿Por qué no en vez de gritarnos vamos a buscarla?

-¿Dónde, Rubén, Donde?. Llevamos todo el puto día dando vueltas por Nueva York.

-Pues vamos a deshacer el día. Recorramos todos los sitios.

-¿Pero qué coño te pasa? ¿Estás loco? ¿Quieres dejar de decir gilipolleces? Hemos estado fuera más de 14 horas!

-Por lo menos yo propongo algo! Tu siempre te quejas, siempre quejándote de todo. Yo por lo menos digo que hagamos algo.

-Yo no propongo nada porque yo jamás perdería la cosa más importante del viaje! Yo cuido las cosas. Siempre igual, Dios, siempre igual. Siempre te pasa todo a ti.

-¿Qué? No sabes cómo ha pasado. No me eches las culpas.

Alba se quedó mirando a Rubén con una cara que iba más allá de la frustración de haber perdido la cámara y se puso a llorar. Rubén se acercó a ella para tratar de consolarla. Se sentó al lado suyo en la cama y empezó a acariciarle el pelo. Alba le aparto el brazo de un manotazo.

-Que me dejes, joder. Ya estoy harta.

-¿Qué coño dices?

-Si Rubén, harta. Harta de tus mentiras, de tus descuidos, de tus promesas. Harta…-los nervios y los mocos no le dejaban hablar con claridad.-Harta de… de… de mil cosas tuyas!

-Alba, me parece que estas exagerando un poco con el tema de la cámara.

-¡Que no es la cámara sólo, Rubén! ¡Que es todo!

-¿Y tú qué? ¿Eh? Siempre diciéndome haz esto, haz lo otro.-gritó-Yo jamás, ¡JAMAS! Te he dicho lo que tienes que hacer. Nunca te he intentado cambiar. ¿Sabes por qué? Porque me gustas como eres. O mejor dicho, me gustabas. No quería nada de ti que tu no quisieras.

-No me vengas con esas. Yo he aguantado mucho. Pero al final te tengo que decir las cosas. Porque no vivimos en tu mundo de fantasía, Rubén, esta es la puta vida real. Y si quieres ganar dinero…

-¿Pero qué coño estás diciendo ahora? ¿A eso se reduce esto? ¿Al puto dinero?

-No he querido decir esto. Siempre que discutimos me haces decir cosas que no quiero decir. Mira Rubén. No paramos de discutir. ¿No te das cuenta?

Le estaba mirando con algo parecido a la ternura, pero desde una distancia tan grande que a Rubén le costó reconocerla. Nunca había visto esa expresión en su cara. Al instante sintió un nudo en el estómago, atroz y negro, imposible de desenredar.

Alba siguió hablando. Rubén miraba boquiabierto.

-No ha funcionado.

-¿El qué? ¿Qué no ha funcionado?

-Nueva York, este viaje.

-¿Pero qué dices? ¡Si ha sido genial! ¡Nos lo hemos pasado como nunca! ¡Mira las fotos!- dándose cuenta al momento del error, miró al suelo- lo siento.

-Si, ha estado bien. Pero ¿Qué pasara cuando volvamos a España? Tú lo sabes, yo lo sé. Es inútil volver a intentarlo.


............................................................


El avión aterrizó en el aeropuerto de Barajas envuelto en la tormenta. Rubén y Alba caminaban absortos en sus pensamientos, sin mirarse, arrastrando las grandes maletas con ruedas. Al llegar a la altura de los servicios Alba se paró en seco.

-¿Qué te pasa? Estás amarilla.-dijo Rubén.

Alba tiró la maleta al suelo y salió corriendo hacia el lavabo de señoras. Una vez allí apenas tuvo tiempo de vomitar la cena del avión. Salió del retrete, se lavó, se miró al espejo y, después de un gran soplido salió a la terminal de salida.

-¿Estás bien?

-Sí. Ha sido el colofón de todo. La tormenta, la comida…

-Claro- dijo Rubén mirando al suelo.-Oye, podemos arregl…

-Rubén, no. Ya está todo hablado. Lo siento.

La lluvia caía con fuerza en la parada de taxis. Cuando llegaron, se acercaba uno. Salió un hombre trajeado apresuradamente. Rubén y Alba se miraron un momento como quien mira una casa en ruinas.

-Cógelo tú. Dijo Rubén.

-Claro.-dijo dándole dos besos.- Adiós.

Alba metió la maleta en el maletero con ayuda del taxista. Se metió dentro del coche y ya estaba cerrando la puerta cuando Rubén saltó y la cogió del brazo.

-Una cosa, Alba.

-¿Qué quieres? –cerró los ojos -Déjalo.

-Si, si. Lo dejo, pero prométeme una cosa. Prométemela.

-No es el momento de promesas, Rubén.

-Prométeme que, dentro de veinte años me buscarás y volveremos a Nueva York.

-¿Qué? Por Dios Rubén…

-Te lo digo en serio, volveremos a hacernos las fotos que perdimos.

A veces, Rubén le parecía encantador. Tenía una vena romántica, casi infantil, que lo convertía en un ser adorable, una persona que necesitaba cuidados y protección. A punto estuvo de decirle que subiera al taxi. Pero eso hubiera sido un error. ¿O no? En cualquier caso nunca lo supo. Le acarició la cara y cerró la puerta.

Rubén se estaba calando hasta los huesos, mirando embobado la ventana del coche cuando esta se bajó. Alba sonreía con cara de lástima, cómo si se sintiera culpable. El coche arrancó y el sonido del motor y el de la lluvia se confundieron con las palabras que salieron de la boca de su boca.

-Te lo prometo.

lunes, 6 de julio de 2009

MICRORRELATO

Fue al doctor. Su mujer se había ido hacía tiempo y su hijo insistió en acompañarle. Esperaba en la sala de espera asustado, sin saber muy bien porqué. Su padre no le había querido decir el motivo de la visita, aunque su cara denotaba preocupación.
Cuando salío lo vio pálido. Le abrazó y su padre le devolvió el abrazo con ternura. Le besó en el pelo.
-¿Que te han dicho, papá?
"Que soy estéril, que siempre lo he sido", pensó, y no pudo hablar en mucho tiempo.

jueves, 26 de febrero de 2009

MICRORRELATO

El último viaje.

Cuando el coche llegó totalmente ensamblado al final de la cadena de montaje, el director de la fábrica yacía muerto en su interior.

viernes, 20 de febrero de 2009

ULTIMA TRANSMISION DE EMERGENCIA

Madre 567A surcaba a la deriva el espacio helado cerca del tercer cuadrante de la nebulosa Fión. Todos los sistemas de la nave se habían colapsado hacía ya mucho tiempo y la mano de Padre, el comandante, yacía inmóvil y corrupta justo al lado de la tecla de ejecución del teclado del Ordenador Central de Emergencias.Las letras del mensaje de socorro aparecían solas, como si una mano fantasma tecleara, en un bucle silencioso y verde.


PRIMERA TRANSMISIÓN DE EMERGENCIA.
Un virus se ha apoderado de Madre. No han servido de nada las habilidades del ingeniero informático ni de su equipo. Nos hemos salido de la ruta a la velocidad de la luz. Debemos estar en algún lugar de Fión. Los Fecundos peligran. Se han estropeado las unidades de aleccionamiento ¿Sigo con la gestación? Necesito respuesta inmediata. Los fetos necesitan un camino, de lo contrario se pudrirán en los úteros de Madre. Insisto: necesito respuesta inmediata.








Madre 567A ya no recorría ninguna derrota conocida. Las cartas estelares habían dejado de ser proyectadas en el espacio vacío de la sala de navegación porque ninguna de ellas portaba información relevante. Surcaban el espacio desconocido. Padre se encogía dentro de su uniforme, a medida que la piel se contraía bajo el peso del tiempo. A su lado, en la pantalla del ordenador seguían apareciendo mensajes en bucle, mil veces repetidos. Su rostro ya no expresaba nada, tan sólo era un amasijo de carne en descomposición enseñando una sonrisa grotesca sin labios.






DÉCIMO OCTAVA TRANSMISIÓN DE EMERGENCIA.



Por favor, nunca hasta ahora había sido tan urgente la petición de socorro. El virus que atenaza a Madre ha iniciado los procesos de fecundación. La gestación ha comenzado. Pero... ¿Qué pasa con los programas de conocimiento? ¿Están operativos? No puedo acceder al cerebro de Madre. El virus no me deja. Mientras tanto empiezo a sospechar que la deriva de la nave no es tal sino que vamos a algún lugar. Por favor, necesito respuesta urgente del consejo.






FIN DE LA TRANSMISIÓNMadre 567 siguió con la gestación durante los siguientes 18 años. Los fetos habían sido sustentados en letargo durante ese periodo de tiempo sin que ningún programa les enseñara los conocimientos necesarios para vivir. Ni siquiera para llevar a cabo la misión para la que habían sido encargados, la construcción de la base primaria de colonización de un planeta fantasma. Pero madre se había visto atacada por un extraño virus, y había viajado a la velocidad de la luz durante 18 años hacia algún lugar remoto y desconocido del universo. Nunca, nadie, había llegado tan lejos.


VIGÉSIMO TERCERA TRANSMISION DE EMERGENCIA.


Los fetos ya tienen 15 años. Pronto se abrirán las compuertas de los úteros y los sujetos abrirán los ojos. Pero no sabrán nada. Serán adultos y no tendrán ningún conocimiento. No sabrán hablar ni usar objetos, incluso los más simples. Ni siquiera podrán pensar. ¿Cómo se piensa sin idioma? No saben qué son. No saben que es ser. Temo el día que me cruce con uno de ellos, aunque creo que ese día nunca llegará. Sin energía, los cultivos hidropónicos se han secado. Como todavía comida deshidratada, pero no queda mucha. Calculo que me quedan todavía dos años o tres de alimento. Dos años o tres de soledad. Dos años o tres de escuchar el eterno sonido sibilante, como el de las serpientes arenosas de Novartis, del motor nuclear. Dos años más de silencio en este ordenador de emergencia que nunca recibirá respuesta.



FIN DE LA TRANSMISION



Haciendo que las finas líneas blancas se convirtieran otra vez en estrellas lejanas, Madre567A paró. Era el décimo octavo año de la gestación, así que las compuertas de los úteros se abrieron dejando escapar una espesa niebla blanca en una explosión silenciosa. Las luces del útero estaban bajas, como correspondía siempre en el alumbramiento para no dañar unas retinas que llevaban 18 años sin ver la luz. El sujeto varón abrió lo ojos y pudo ver. O más bien se podría decir que el útero vio en ellos. Estaban vacíos.El programa de sustentación vital había funcionado a la perfección así que no le costó moverse y salir del útero de Madre567A.Caminó descalzo por el frío suelo de la nave con los ojos muy abiertos hasta que se vio reflejado en el metal pulido de un panel de instrumentos. Se tocó al comprobar, con el corazón palpitante, que era él mismo. Entonces sus ojos brillaron con la llama más antigua que alimenta y devora al mismo tiempo a todos los seres humanos: el miedo.

QUINCUAGÉSIMA TRANSMISION DE EMERGENCIA.

Ya está, puede que esta sea mi última transmisión. Hace casi dos semanas que no pruebo bocado y mi energía ha desaparecido casi por completo. Los fetos han salido ya de sus úteros. Andan golpeándolo todo y chillando. A veces, lloran durante horas. Son como animales enjaulados llenos de temor. No entienden nada y sienten miedo. Menos mal que están separados en módulos diferentes, en extremos opuestos de Madre. Los dos se matarían entre ellos. ¿O no? ¿Quién sabe? De todas formas morirán aquí, en este extraño sistema planetario con tan sólo una estrella alumbrando. Madre 567A se aproxima hacia el planeta azul. Es bello en la distancia, desde luego, pero ¿Qué peligros acechan en sus océanos? Quizá pueda averiguar y ensamblar los códigos de aterrizaje. Voy a intentarlo.



FIN DE LA TRANSMISIÓN




El escudo de aterrizaje no funcionaba, así que el fuselaje de Madre 567 A se encendió como la estrella a la que daba la espalda en ese momento, mientras entraba en la atmósfera del planeta azul. La fricción había estado a punto de destruir todos los espejos y la mayoría de ellos yacían calcinados, humeantes, cuando la nave tocó tierra. Momentos antes, superado por su estado de inanición y las circunstancias, Padre, el comandante, había muerto mientras escribía la última transmisión de emergencia.

ÚLTIMA TRANSMISIÓN DE EMERGENCIA.

No sé donde vamos a aterrizar, sólo sé que es un planeta hermoso. Es azul y grandes nubes cruzan los cielos. Tiene poca tierra habitable (Madre la ha calculado en el 29%) pero las mediciones realizadas por Madre de la atmósfera revelan condiciones excepcionales para la vida. Es un sistema homeostásico singular en todo las galaxias que la rodean, incluida la suya. Hay millones y millones de especies distintas en una explosión de diversidad sin precedentes. Nunca, en siglos de exploración, habíamos visto semejante variedad de formas de vida en un planeta. Incluso a Madre le cuesta procesar tanta información. Como me gustaría poder verlo con mis propios ojos. Pero no pued…FIN DE LA TRANSMISION




La frente, tanto tiempo muerta de Padre, cayó sobre su mano, que a su vez descansaba sobre el botón de ejecución del ordenador, cuando la nave tocó tierra.Los sujetos varón y hembra tardaron pocas horas en encontrar la puerta que daba al exterior y en cuanto la vieron saltaron sobre la luz del sol para comérsela. Cuando vieron que esto no era posible salieron al exterior porque sólo tenían una pulsión en el alma más apremiante que el miedo, el hambre.Cada uno en un extremo de la nave, a kilómetros de distancia el uno del otro, sintieron por primera vez la caricia del viento y el olor de la naturaleza. Lo tocaban todo, se revolcaban y chapoteaban en las charcas.Entonces los dos olieron el olor dulce de las manzanas proveniente de un árbol que yacía aplastado bajo uno de los reactores de la nave. Corrieron hacia el manzano sin advertirse mutuamente y sólo se dieron cuenta de la presencia del otro al intentar coger los dos la misma manzana. Chillaron y corrieron en direcciones opuestas, desnudos y sucios. Luego se estudiaron. Pasaron horas hasta que se fueron acercando, oliendo el aire, pero cuando estuvieron lo suficientemente cerca un olor más dulce que el de las manzanas lo invadió todo. Él notó sorprendido que su pene se hinchaba y endurecía y ella que su vulva se abría y dejaba caer un extraño flujo transparente. A ambos les temblaban las piernas.Él miró la manzana y la miró a ella mientras las tripas le sonaban como un ejército hambriento, entonces soltó un gruñido y se abalanzó sobre el cuerpo de la mujer intentando saciar un hambre que nunca, jamás, podría saciar.




EPÍLOGO




El astrofísico de la Agencia Espacial Europea Alexander Meldiev, corría con su coche por las calles París como alma que lleva el diablo. Estuvo a punto de estamparse en el aparcamiento con su compañero de laboratorio. Cuando bajó del coche con un montón de hojas de impresora cayéndosele, su amigo no pudo dejar de sonreír. “Siempre igual”, pensaba.-¿Qué pasa esta vez Alex?-dijo entre divertido y hastiado.


-Lo he descifrado.- tenía la cara roja y unas ojeras negras mostraban abiertamente largas horas de insomnio.


-¿El qué?-pero mientras lo decía ya sabía a qué se refería. Cuarenta años habían pasado desde que recibieran esa extraña señal desde el espacio. Cuarenta años recibiéndola en secreto. Una señal procedente del espacio que se alejaba poco a poco, debilitándose, como si la emitieran cada vez lejos de de la tierra, hasta llegar al espacio profundo. Pero no podía ser…


-La señal extraterrestre. Era un mensaje en otro idioma.


-¿Cómo que otro idioma?, ¿Qué estás diciendo?


-Un idioma extraterrestre, digo.-ahora era Alex quien sonreía.-He tardado 20 años, pero lo he conseguido.


-¿Veinte años? ¿Hace veinte años que sabes que era un idioma y no me lo dijiste?




-¿Me habrías creído?-No


-Pues eso.-Bueno, ¿Y que dicen los hombrecillos verdes, Alex?


Alex rebuscó entre los papeles verdes y blancos de la impresora y tras encontrar la hoja que buscaba se la acercó a su amigo. Este se ajustó las gafas en gesto mecánico y leyó mientras Alex le abrazaba por los hombros.




ÚLTIMA TRANSMISIÓN DE EMERGENCIA.

¿POR QUÉ NO ME DIJISTE NADA?

¿POR QUÉ NO ME DIJISTE NADA?
Al verle el rostro por primera vez, sentí la muerte de todo reptando por mi espina dorsal. Mientras subía lento, aquel dolor, aquella extraña náusea, iba dejando un reguero de parálisis por frío. Nada funcionaba en mi cuerpo y todo acabó congelado; cintura, brazos, costillas, estómago, pulmón, cabeza. Todo excepto el corazón, que ardía con esa clase de fuego que sólo se extingue cuando el objeto inflamado se ha consumido por completo.
Naturalmente, no pude decirle nada. Estaba sentada con otra persona, un hombre trajeado que parecía empresario y se limitaba a escuchar lo que este le decía. Sorbía el café delicadamente y lo dejaba más delicadamente aún, como si quisiera contrarrestar el caos de voces y ruidos de la cafetería. De vez en cuando asentía en respuesta a las palabras del hombre, bajando lentamente la cabeza que estaba ladeada de una forma natural, nada insinuante. Parecía una dama del siglo XIX, una Madame Bovary atemporal.
Me miró.
No sé que hice yo, ya he dicho que entre otras cosas tenía la cabeza congelada, y sólo procesaba datos referentes a ella, pero sé que me sonrió divertida. Al cabo de un tiempo que podría haber sido cualquiera el hombre se levantó y pude ver algo más que el escorzo de la dama. En seguida caí en la cuenta de que ella me sonaba de algo. Era como un dèjá vú extraño. ¿Dónde la he visto?
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-Señor Castillo, el señor juez le pregunta si le está escuchando, si ha entendido los cargos que se le imputan-el traductor hablaba español correctamente, pero con el fuerte acento inglés de NY.
Salí de mi ensoñación.
-¿Qué? Ah, sí., I’m understand.
-Repeat me, Castillo.
-Asesinato y robo de cuadro-dije en castellano.
El traductor se dirigió al juez de la sala traduciendo al inglés mis palabras. Una vez quedó claro que entendía mis derechos y de qué se me acusaba, mi abogado explicó los motivos de la apelación sobre la sentencia dictada hacía ya seis años, se fijó la fecha del juicio para el mes siguiente. Mientras tanto iría al corredor de la muerte, a esperar. A esperar y a pensar en ella.
Mientras se cerraban los barrotes de mi celda apareció detrás, justo a la distancia suficiente para que no pudiera tocarla si extendía mi brazo a través del acero.
-Tú no estás aquí-le dije.
-¿Y que importa eso? Aún así podemos hablar. Sr. Castillo.
Seguía tan refinada como el día que la conocí, o que la ví, mejor dicho. Porque nunca llegué a conocerla. Justo en el momento que se fue el hombre con el que estaba hablando colocó su silla un poco más ladeada, no sé si para poder verme mejor, o para que yo pudiera verla mejor a ella.
Yo acababa de llegar a Nueva York desde una vida desastrosa en España. Todo me había ido mal, todo. Hice cosas horribles. La peor de todas, echar las culpas a los demás, incluso a la mala suerte, de todo lo que me había pasado. Drogas, negocios fracasados, relaciones muertas. Así que cuando toqué mi fondo (cada cual tiene el suyo y todos tenemos el mismo, al final de todo) decidí arrancarme de raíz e irme a USA a aprender inglés y a desintoxicarme de todos mis malos hábitos, no sólo las drogas. Tenía una duda instalada en mí desde hace tiempo. ¿Una persona puede cambiar? ¿O sólo puede cambiar su actitud? Y en ese caso ¿Este cambio de actitud puede llegar a operar un cambio real en la naturaleza de alguien? Estas preguntas y mi hastío hicieron que un buen día cogiera la maleta, la llenara de mi vida y me fuera a Brookling. Podía haberme ido más cerca, a Inglaterra o a Irlanda, pero me quería alejar todo lo posible de mi antigua vida. Empezar de cero, como dicen las heroínas de las películas de antes.
Sólo llevaba un mes cuando ví a Madame Bovary en el Starbucks.
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-¿Por qué no me dijiste nada?
Ella seguía de pie, tras lo barrotes, cogiendo entre las manos un pañuelo con bordados. Vestía un traje blanco del siglo XIX, con una gran falda ancha sobre enaguas y un corpiño que hacía asomar, protuberantes y blancos, unos pechos que prometían el paraíso tras un gran lazo rojo.
-Apenas sabía inglés.
-Eso no es excusa. Yo podría haber sido de cualquier lugar. Incluso española. Además, si hubiera sido inglesa, que más hubiera dado. Tenías miedo, y punto.
-Es verdad, tenía miedo.
-Pues no se puede vivir con miedo.
-No, no se puede. Y tampoco se puede hablar a la ligera. Todo el mundo tiene miedo de algo.
-Yo no.-Hablaba con una seguridad fuera de lo común, como si lo que estuviera diciendo fuera cierto.
-Pero tu no existes.
-Pues cualquiera lo diría.
-¿A que te refieres?
-A que es muy raro matar a una persona por alguien que no existe. Eso tiene un nombre.
-¿Locura?
-Exacto.
-¿Me estás intentado decir que estoy loco?
-Bueno, fíjate, ahora mismo estás hablando con un fantasma.
En invierno, Nueva York se cubre de nieve y un viento gélido oceánico se empeña en recorrer las calles llenas de autómatas invisibles. No llevaba mucho tiempo allí cuando empezó todo esto así que todavía no soy capaz de juzgar esta ciudad. Yo no juzgo a la ligera. Me ha costado, como a todo el que lo ha conseguido, supongo, pero con el paso del tiempo he aprendido a no juzgar las cosas a primera vista.
A veces, para resguardarme del frío, entraba en alguno de sus museos gratuitos y me quedaba ahí durante horas, bostezando y viendo personas. Nunca me había fijado demasiado en las obras de arte, suelen aburrirme todas muchísimo. Nunca he tenido especial atracción por la pintura, sobre todo la abstracta. No entiendo sus códigos y no me hace sentir nada. Me hubiera dado igual no comprender algo si hubiera provocado el mínimo sentimiento en mí, cualquiera; miedo, ira, alegría, paz, cualquiera. Pero nunca una pintura moderna me ha provocado tal cosa. Ni siquiera los grandes maestros. Una vez me quedé delante del Guernika de Picasso, que se supone que es la cumbre en cuanto a sufrimiento humano (y animal, ahora que recuerdo había un caballo por ahí). Estuve ahí unos 15 minutos y lo único que sentí fue rabia, por no sentir nada.
Con la pintura figurativa me pasa otra cosa. Tampoco sé nada, no soy un estudioso de las artes plásticas, pero puedo ver la luz en mitad de la oscuridad, la expresión en un rostro, las relaciones entre las distintas personas que aparecen en el cuadro. Soy capaz de adivinar, si el pintor es bueno, incluso infidelidades de los personajes. Me divierto comprobando (Internet es genial para esto) que lo que había intuido era verdad.
Una fría mañana de febrero, después de echar unos cuantos Currículums por ahí, mientras pensaba en mi encuentro con la dama, decidí entrar en el Metropolitan y holgazanear un poco. Me gustan los museos de NY. Son como islas de calma en mitad del caos. Caminaba disfrutando del sonido de mis pasos, cuando algo, un destello blanco, cruzó esquivo la periferia de mi campo de visión. Paré tan de repente que mi café se derramó por mi mano, hasta el suelo, quemándome. Me giré despacio, muy despacio. El corazón, que ya había ardido una vez, empezaba a arderme de nuevo bombeando sangre a borbotones. Notaba una presión devastadora en mis sienes. Me mareé y tuve que sentarme en uno de esos bancos de mármol sin respaldo tan fríos que parece ser el estándar de todos los museos del mundo.
El cuadro quedaba por encima de mi cabeza. Era una escena nocturna típica de principios del XIX. Un galán con sombrero de tres picos y una capa ceñida, enamorado sin duda, invitaba a subir a un coche de caballos a una dama aristócrata. El cochero, mayor y achaparrado, alumbraba la escena con un farol de aceite mirando con aire lascivo a la señora. Ella miraba a alguien fuera del cuadro, es decir, al que mirara.

Sé que es un efecto típico de los cuadros, los personajes te siguen la mirada si el pintor quiere, da igual desde dónde observes. Pero en este cuadro era distinto. Había un personaje más en la escena, pero fuera de ella. Lo supe por la mirada de la dama de blanco, entre divertida y cruel. Esa mirada decía muchísimas cosas a alguien que no aparecía en el cuadro. Y los otros dos personajes no se estaban enterando de nada. Divertida y cruel.
Era ella.
-Así que por eso robaste el cuadro- habían apagado las luces de corredor de la muerte, pero aún así podía intuir una media sonrisa.
-Claro, ¿Por qué, sino, iba a robarlo?
-Por dinero, supongo.
-No me hace falta el dinero.
-Sobre todo ahora.
-Ni ahora, ni nunca.
-Pero hay que comer, ¿No?
-La típica frase. Pues sí, evidentemente, pero hace falta muy poco para sobrevivir.
-La gente no sólo quiere sobrevivir. Y tú, en España, siempre gastaste mucho dinero.
-Exacto, por eso nunca lo tuve.
-Lo malo de hablar con un fantasma como yo es que sé todo sobre ti, desde el día que naciste, hasta el día que mueras. Tuviste dinero, y lo quemaste.
-Nunca le hice daño a nadie de manera voluntaria.
-Hasta que asesinaste a ese pobre hombre inocente.
-Hasta entonces. Y nadie es totalmente inocente.
-Ya, y muy poca gente merece morir, desde luego, no mi agente.
-Creía que era tu amante. O tu marido. Te abrazó.
-¿Y qué, maldita sea?
-Que yo te amaba tanto que el primer momento en que te ví supe que nunca, jamás, había amado a nadie.
Rubén la vio mirarle con una tristeza terminante, ahogada en la oscuridad.
-¿Por qué, Rubén? ¿Por qué no me hablaste?
A partir de ese momento en el museo, el momento que me encontré de nuevo con ella, fui a verla a diario. Allí podía hablarle, sostenerle la mirada, mirarla, mirarla, mirarla. Muchas veces iba bien temprano con un sándwich y me iba cuando cerraban. Disfrutaba de los cambios de luz en su rostro. ¿Quién era el joven galán que la acompañaba? ¿Eran amantes? ¿Su marido? No, no era su marido, sino no sería de noche. Ese era un encuentro en la tierra del adulterio, rodeados de fronda y oscuridad, tan sólo iluminados por el brillo amarillo de aquel farol.
Ella sonreía casi imperceptiblemente, como hace la persona que guarda un secreto, mientras me miraba. Dios, era ella, no es que fuera parecida. Era exacta a la mujer del Starbucks. ¿Cómo puede ser? Yo no creo en las coincidencias, me decía, ¿Qué significa esto?
Un día yendo al museo me encontré que estaba cerrado. Ya no sabía en que día estaba, pero supuse que era lunes. El metropolitan cierra todos los lunes. Enseguida supe lo que tenía que hacer. Ir al Starbucks a hablar con ella. Iba convencido de que lo lograría, siempre lo había logrado con otras, incluso empecé a disfrutar del frío invernal mientras sorteaba sonriente las placas de hielo de las calles.
Llegué, me senté y pedí un café sólo. No miré a mí alrededor hasta que noté el sabor amargo descansando en mi boca. Entonces eché un vistazo. Vi parejas enamoradas o que les gustaría estarlo; hombres a punto de explotar, mujeres con tierra en la mirada, bebés que no podían dormir; pero no estaba ella. Pedí un café más sin esperanza. ¿En que había estado pensando? Esto no es Sexo en Nueva York, donde todos los personajes se van encontrando por ahí de casualidad, como si vivieran en un pueblo de castilla. Esto es Nueva York, vive mucha gente. No va a venir.
Entonces entró. La cafetería se iluminó como lo haría una bengala, aunque pronto se acabó el brillo al echarse ella en los brazos de aquel hombre.

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-Padre, gracias, pero no soy religioso.
-No te apures, hijo mío. Sólo vengo a hablar.
-En ese caso no me importa. No voy a poder hablar con nadie antes de que me ejecuten, excepto con usted y el funcionario que apuntará mi comida y mi última voluntad.
-Ya le han informado, veo.
-Pues sí, padre, son muy diligentes.
-Todo ocurre por alguna razón, Rubén.
-Menuda obviedad. Dígame algo que no sepa.
-Incluso los peores actos tienen algo bueno intrínseco.
Parecía un repartidor de eslóganes.
-¿Ah si?
-La capacidad de enmendarlos y, si no es posible, arrepentirse.
-Le he dicho que no soy religioso.
-El arrepentimiento no tiene nada que ver con la religión. El arrepentimiento no es lo mismo que la culpa. La culpa es cristiana.
Me sorprendió que un cura católico me dijera eso. Me sentí mejor en su presencia.
-Pues yo llevo seis años arrepentido y no me ha servido de nada. Nadie le devolverá la vida a ese hombre.
-Eso ya está hecho. Hiciste mal, sin duda, pero si te arrepientes de corazón, tienes el cielo ganado.
Miré al cura como si fuera un extraterrestre. ¿Qué cojones me decía este hombre del cielo? Debió ver la expresión de mi rostro porque bajo la mirada hacia la biblia.
-¿Quieres rezar?
-¿Para que?
-Para sobrellevar este momento.
-Nunca he rezado, sería un poco egoísta por mi parte hacerlo ahora.
-El egoísmo en tus circunstancias no sería pecado.
-Da igual padre, no me apetece.
-Como quieras.
Ya se levantaba y cruzaba los barrotes de mi celda, cuando se me ocurrió que no le había hecho la pregunta más importante.
-Dígame padre, ¿Usted cree en Dios?
Se quedó un rato de espaldas a mí, como si meditara profundamente una respuesta y se volvió.
-A días hijo, como todo el mundo.
-Yo nunca he creído en Dios, padre.
-Mañana creerás, te lo aseguro.

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No puede ser. Están casados, pensaba. O son novios o lo que sea. Maldición. ¿Qué coño hago ahora? ¿Le doy mi teléfono? ¿Espero a que el hombre vaya al baño? ¿Qué hago?
¡Espera! No puede ser, ¡Vuelven a abrazarse! Menudo cabrón. ¡No! No hagas eso, no le juzgues! ¡No le conoces!
Lo que viene a continuación no sé si voy a poder expresarlo con palabras. Todo volvió a formar parte de un estado primario. Es como si el pensamiento hubiera sido sustituido por un velo rojo. En cuestión de segundos me convertí en un animal. Y los animales no pueden expresar sus sentimientos racionalmente, por eso a mí me va a costar plasmarlos aquí, en forma de letras.
El hombre se metió en los servicios y yo fuí corriendo detrás de él. A menudo pienso que si no hubiera encontrado el cuchillo en mi camino, todo habría sido diferente. Le seguí hasta el interior y aproveché que estaba de espaldas a mí, orinando, para acuchillarlo. En la nuca, en los omoplatos, en la columna, en los riñones. Cuando cayó al suelo, desmadejado, me miró incrédulo y yo le apuñalé en el rostro, en las manos con las que intentaba cubrirse, en el corazón, decenas de veces, hasta que de pronto, sólo oía mis gritos. Salí del frenesí al verme en el espejo, descargando el cuchillo como un salvaje hecho de odio. ¿Qué? ¿Ese soy yo? Espera, no creo. Mmmm… es una pesadilla. Claro. Eso es. Una pesadilla. Pero no hacía falta que me pellizcara para comprobarlo, mis manos estaban llenas de cortes de los que caía, en un reguero incandescente, dos tipos de sangre. La suya, roja y reluciente bajo las luces de tungsteno del baño y la mía, más oscura, casi negra.
Salí corriendo. En la cafetería todo el mundo miraba en dirección a los baños, pero nadie huía. En Nueva York sólo huye la gente cuando se oyen disparos o aviones que se estrellan. Nadie intentó detenerme. Ni siquiera ella. La miré largamente cuando pasaba a su lado, metiéndome en las manos llenas de sangre en los bolsillos. Pareció reconocerme y otra vez me sonrió, pero fue una sonrisa llena de apremio y terror al mismo tiempo.

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_Te miré así porque sabía que lo habías matado.
-¿Cómo lo supiste?
-No sé, esas cosas se saben. No sabría explicar cómo, pero se saben.
-Bien, ¿A que has venido esta vez?
-Yo no he venido. Tu me has llamado, me llamas siempre, hay una gran diferencia.
Esta vez ella estaba un poco más cerca, como si quisiera que le tocara. Iba vestida igual que siempre, con el vestido blanco y el corpiño a juego. Las manos enguantadas cogían el blanco pañuelo con bordados de la misma forma que en el cuadro.
-¿Me odias?
-Lo que tú decidas, Rubén. Porque nunca lo sabrás. Nunca hablarás de verdad conmigo.
_No sé lo que me pasó. Creía que era tu amante, no pude soportarlo.
-Lo que no supiste soportar fue tu cobardía, además ya te he dicho que era mi agente.
-Sí, lo supe en el juicio. También supe que tú eras pintora.
-¿Y lo del cuadro?
-Cuando salí del Starbucks tuve la suerte de coger un taxi e ir al metropolitan.
-Toda una maniobra de escapismo.
-No quería escapar, te quería a ti.
-Y por eso entraste como un elefante en una cacharrería, a por mi autorretrato.
-Ya te dicho que estaba loco. Era como un animal.
Llegué a la sala donde estaba el cuadro en cuestión de segundos. Algunos guardias ya se habían fijado en mí y daban instrucciones a sus compañeros por radio. Aún así nadie se esperaba que el tipo del abrigo sacara unas manos bañadas en sangre, saltara el cordón de seguridad del cuadro y lo arrancara de la pared, salpicándolo de sangre. No tuve tiempo de llegar hasta la salida. Me redujeron muchísimo antes.
-Dice que no quiere nada de especial. Lo que toque los martes. –dijo el traductor en perfecto inglés.
El funcionario preguntó algo acerca de mi última voluntad.
-Quiere morir de pie. Dice que no es ninguna chorrada ideológica. Dice que quiere ver el cuadro de la artista mientras muere. Es un cuadro grande. Pregunta si podéis ponerle la inyección atado a la camilla, pero de pie. Sería más fácil colgar el cuadro del techo.-el traductor miraba extrañado al funcionario mientras traducía.
-Es una petición inusual, tengo que pedirle permiso a la autora del cuadro.
-Bien, háganlo.-dije.
Y me tumbé a esperar y noté el miedo atroz que repta por la espina dorsal, de los condenados a muerte.
-Voy a dejar que veas el cuadro.
Me giré para verla. Estaba pegada a los barrotes, más cerca que nunca.
-Lo sé. Eres un artista.
-Si, lo soy. Si tú has hecho lo que has hecho, debo serlo.- por un instante todo el silencio del mundo se concentró en aquel pasillo.- Sr, Castillo, ¿Por qué no me dijiste nada?-susurró al fín.
Me levanté para tocarla. Caminé hacia ella lentamente, como si tuviera miedo de asustarla y cuando estiré el brazo para acariciarle el rostro, se esfumó, dejando en el aire del pasillo la tristeza colgando todavía.
Efectivamente, ella había accedido a mi deseo. Unas diez personas observaban las operaciones a trasvés de una cristalera. Yo estaba aterrorizado mientras me ponían las correas. Lo siento, lo siento, lo siento, sollozaba. Me temía lo peor. No iba a ser capaz de morir con dignidad. Mi vida había sido una basura, pero quería morir bien. Era lo único que me quedaba, después de todo. No iba a ser posible, desde luego. Estaba en un estado de pánico total.

Unos operarios entraron el cuadro mirándome de una forma horrible. Entonces la ví a ella de una forma totalmente distinta hasta ahora. Su sonrisa… ¿Ya, entonces, la primera vez que la ví, adivinaba el futuro? Desde luego ahora disfrutaba. Estaba disfrutando de mi ejecución. Perdí el control. Me rompí. Aúlle como un demente, pensé que mis venas estallarían.
El cuadro estaba entre los espectadores y yo, de forma que tapaba un rincón de la pecera donde se encontraban. Un momento después salió ella de detrás del cuadro. Devió compadecerse de mis gritos. O simplemente quería ver morir al asesino. Llevaba puesto un vestido blanco, contemporáneo, pero del mismo tono que en la pintura. Tenía las manos enguantadas y sostenía un pañuelo con bordados entre las manos. Me sonrió. Era igual ella, la mujer del cuadro. Y era la misma sonrisa imperceptible. Pero lo que no había conseguido el cuadro, si lo había empezado a conseguir ella. Perdonarme.
La miré a los ojos antes de que el émbolo presionara el líquido que entraría en mi vena con un dulzor metálico y helado. De repente sucedió que noté hundirme en un silencio brutal. No veía luces acogedoras ni nada por el estilo, sólo frío. Frío, silencio y oscuridad. Hice un tremendo esfuerzo por abrir de nuevo los ojos para mirarla por última vez.Ella me miraba por detrás del cristal y sus lágrimas con una expresión que parecía decir:
¿Por qué? ¿Por qué nunca me dijiste nada?
Una luz se apoderó de él y tiró de sus células sustituyendo la plaza de toros por una caja transparente en mitad del espacio profundo. Fue entonces cuando se vio a sí mismo con el traje de luces, la pose de entrar a matar y el estoque, enfilando el lomo de algo que ya no era un toro.

NUEVO BLOG LITERARIO

Pues sí, como a veces pongo un relato en el otro blog, y no lo lee ni dios, quiero pensar que es porque lo actualizo tanto que es posible que ni siquiera lo vea. Así que aquí pondré mis relatos y demás creacciones literarias para no dar la tabarra en el veredicto de las flores.
Un abrazo a todos! (Gratis, claro).